Llevaba varios días detrás de una
presa. La comida escaseaba en los alrededores del campamento y los cazadores se
habían visto obligados a internarse cada vez más en los bosques. Caminaba
agazapado. Rastreaba el suelo en busca de cualquier huella que pudiera llevarle
hasta el condenado ciervo al que acechaba.
Llevaba el rifle en ristre,
presto a disparar a la más mínima señal. Apenas conocía estos nuevos bosques
desde que llegaron en tren. Recordaba cuando era pequeño y sus padres lo
llevaban de excursión a hacer sus famosas rutas de senderismo. Con los años,
gran parte del mundo cambió. Ahora debía suministrarse su propia comida.
Lo que creía que era un ciervo
había salido corriendo. Corría con prisas detrás de él. Esta vez no se le iba a
escapar. Necesitaban la comida. Nunca pensó que vería bosques tan frondosos en
el antiguo desierto, pero así era hoy. En pocas décadas, las incesantes
tormentas y huracanes que asolaban el Caribe habían cambiado de rumbo y bañaban
todas las costas occidentales del antiguo Sáhara. Los vientos del Oeste traían
al fin lluvias.
Recordaba cuando en la escuela le
explicaban lo de los grandes cambios en el clima. Pensaba siempre que el
planeta se inundaría, se secaría y acabaría en el más absoluto caos. Se
equivocó. Mientras continentes se secaban, en otros florecía la vida; mientras
montañas perdían sus últimos glaciares, en profundos valles caían mantos
blancos. Grandes civilizaciones perecieron y otras estaban surgiendo.
Como tantos otros, se vio
obligado a migrar, a cobijarse ante un grupo que había perdido todo. Ahora
debía buscar su propio sustento. Regresar a la época en que sus tatarabuelos se
criaron y se ganaron su propia comida. Los grandes cambios habían producido
guerras, hambres, disturbios y un sinfín de problemas. Millones por cientos
tuvieron que dejarlo todo atrás. Había estado años vagando sin rumbo hasta que pudo
encontrar unos viejos trenes en los que enrolarse como polizones. Había
atravesado cientos de kilómetros. Todo por garantizar un mejor futuro que el
que estaba viviendo.
Era un nuevo renacimiento para
toda la humanidad. Esta vez en el arte de la caza, en el arte de la subsistencia
y, en definitiva, en el arte de sobrevivir. Una vida que le obligaba a seguir
buscando a su ciervo. No sabe bien cómo llegaron hasta África estos animales.
Supuso que transportados por otras personas tiempo atrás. Sin embargo, no era
tiempo de divagar. Tenía la responsabilidad de alimentar a su gente. Observaba
con detenimiento su entorno. Se detuvo unos instantes. Apuntó con su rifle.
Sonó un disparo.
Sonrió. Esta noche todo el
campamento tendría una cena caliente...
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Julio de Manuel Écija
@julio_dme
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