Una
obra de teatro dura dos horas, su preparación conlleva meses de trabajo; un
buen reportaje se lee en unos minutos, su elaboración puede tardar semanas.
¿Cómo es estar entre los bastidores del periodismo? ¿Cuándo comienzan los
ensayos para escribir una pieza?
Al
igual que en el arte dramático, escribir sobre un tema empieza con un proceso
de investigación, de empaparse de información, de buscar historias. No puedes
representar una obra si no tienes actores: no puedes hacer periodismo si no
tienes fuentes. Pero ¿qué son las fuentes? “La gente, los documentos y el mundo
que nos rodea, lo intangible”, contaba hace casi veinte años Kapuscinski.
El
reportero polaco fue un «director de escena» de la vieja escuela. Su método
consistía en patearse cualquier rincón del Tercer Mundo y escribir lo que
sucedía allí. ¿En el periodismo de hoy cabe esa técnica o se utilizan otras
formas para atraer al público? Aunque haya quien da por muerto la
profesionalidad en este oficio, todavía no ha pasado a mejor vida. Aún existen
redactores que tratan de respetar las viejas costumbres:
—Hay
que estar allí y escuchar, hablar con la gente, sentir qué ocurre—expresa Chapu
Apaozala, un periodista con una larga trayectoria como reportero y cronista. Sus
palabras resuenan armónicas a las del veterano polaco. ¿Un dueto sobre buen
periodismo con veinte años de diferencia?
Una
vez se tiene a los actores y se sabe qué historia se quiere relatar, llega la
hora de plantearse cómo hay que contarla. ¿Es lo mismo empezar por el final?
¿Realizamos una historia con moraleja? Muchas preguntas pueden pasar del teatro
al periodismo como una bola en un partido de tenis.
Lo
fundamental para escribir buenas historias es redactar los textos que nos
gustaría leer. No obstante, esos relatos pueden suponer quebraderos de cabeza,
bloqueos ante el teclado o páginas en blanco como una obra que se encuentra
paralizada en los ensayos tras innumerables problemas.
—Siempre
hay trucos, desatascadores y fintas—opina Javier López, periodista cultural de Sur—. Es una buena idea empezar con
frases cortas.
¿Existen
estrategias que funcionen bien a lo largo del texto? Por supuesto: ir de lo
particular a lo general, realizar un esquema circular, plantear un comienzo
cerrado y un final abierto. Técnicas más propias de la literatura o del teatro
que sirven al periodismo para narrar historias.
Aun
así, uno debe tener cuidado a la hora de contar un relato: se puede perder el
ritmo, ser demasiado excéntrico con las palabras u olvidar cuál es el propósito
de lo que estás escribiendo:
—Me
he encontrado con gente que quiere escribir tan bien—relata López con decepción
en su voz— que luego se olvidan de decirte en la crónica el horario, las fechas
elementales y la información general…
A
los periodistas no se les tiran tomates cuando hacen mal su trabajo. A los
periodistas se les deja de leer, de hacer caso. ¿Cómo evitarlo? Huyendo de la
cursilería, de solo proporcionar opinión y no datos, de perder el Norte de tu
trabajo.
Aquellos
que ejercen este oficio escriben historias que le ocurren a diferentes personas.
Historias buenas y malas. Por ello, no es recomendable ser amigo de los
entrevistados. Las relaciones demasiado cercanas pueden hacer perder la
objetividad, la distancia, la neutralidad. Solo con una separación considerable
se puede mantener el rigor profesional.
Tan
importante es el final de la representación como el principio. Un periodista no
oye los aplausos o los abucheos de su audiencia cuando su pieza es publicada.
La importancia de terminar una historia es tan importante como la presentación.
—El
remate es como la morcilla: hay que atar por arriba y por abajo—resume
Apaozala.
Esta
serie de consejos puede hacer que una pieza sea digna de leerse. ¿Por qué
entonces se publican otras que no lo merecen? ¿Cuándo la pasión por este oficio
se ve perturbada? ¿Cuándo pierde la ilusión un periodista por seguir innovando
cada vez que sale al escenario?
El
dinero, las presiones externas, los cambios en las rutinas de trabajo, la
enorme demanda que exige el oficio, las nuevas tecnologías… Hay una gran
cantidad de razones que pueden desalentar hasta aquel con la voluntad más
férrea. Sin embargo, no se debe caer en lo fácil, no se debe olvidar que esta
profesión no busca entretener, sino informar.
—A
veces me pregunto: ¿a quién hemos sacado que no quiera salir? —reflexiona
López—, ¿a nadie? Pues, la hemos cagado ese día.
El
protagonista de las historias no deben ser solo el político de turno, el
director de allí o el empresario de allá. Son también los votantes, las
personas que asisten al teatro, los que todos los días se dirigen al trabajo.
Apaozala recuerda que todo hecho es un acto meramente humano. Los relatos que
se narran son todos los matices que transcurren entre la valentía y la
cobardía, el honor y la vergüenza, el triunfo y el fracaso…
Muchos
protagonistas de esas historias interpretan, al igual que en el teatro, el
papel de su vida. Kapuscinski era claro en el trato de los periodistas y las
personas: “Si ven que no te interesas por su relato, si solo llegas para hacer
un par de fotos y contar cuatro cosas, no te dirán nada. Se cerrarán a ti”.
El
trabajo de un reportero conlleva vivir esas experiencias, empaparte del entorno
que te rodea. Escuchar, oler, sentir, observar. Acciones esenciales para
comprender el miedo de una ciudad tras un atentado, la ilusión de unos niños en
un museo o el ímpetu de una afición por su equipo.
Todos
esos relatos deben ser contados siempre con la misma motivación. Un periodista
no debe perder ese nerviosismo por aparecer de nuevo en el escenario. Cada
texto, cada obra, cada historia, cada representación es única. Pueden estar
empapados de los mismos elementos, del mismo castin, del mismo decorado; pero
nunca será igual: no tendremos a la misma audiencia, ni el momento será
idéntico.
Cada
actuación y cada reportaje tiene un tiempo de ensayos, un tiempo de
preparación. Tarde o temprano llega la fecha límite y se debe aparecer ante el
público. Cuando las luces se apagan, cuando el telón se sube, se debe inspirar
y pensar: ¡A escena!
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