martes, 13 de noviembre de 2018

Entre bastidores del Periodismo


Una obra de teatro dura dos horas, su preparación conlleva meses de trabajo; un buen reportaje se lee en unos minutos, su elaboración puede tardar semanas. ¿Cómo es estar entre los bastidores del periodismo? ¿Cuándo comienzan los ensayos para escribir una pieza?

Al igual que en el arte dramático, escribir sobre un tema empieza con un proceso de investigación, de empaparse de información, de buscar historias. No puedes representar una obra si no tienes actores: no puedes hacer periodismo si no tienes fuentes. Pero ¿qué son las fuentes? “La gente, los documentos y el mundo que nos rodea, lo intangible”, contaba hace casi veinte años Kapuscinski.

El reportero polaco fue un «director de escena» de la vieja escuela. Su método consistía en patearse cualquier rincón del Tercer Mundo y escribir lo que sucedía allí. ¿En el periodismo de hoy cabe esa técnica o se utilizan otras formas para atraer al público? Aunque haya quien da por muerto la profesionalidad en este oficio, todavía no ha pasado a mejor vida. Aún existen redactores que tratan de respetar las viejas costumbres:

—Hay que estar allí y escuchar, hablar con la gente, sentir qué ocurre—expresa Chapu Apaozala, un periodista con una larga trayectoria como reportero y cronista. Sus palabras resuenan armónicas a las del veterano polaco. ¿Un dueto sobre buen periodismo con veinte años de diferencia?

Una vez se tiene a los actores y se sabe qué historia se quiere relatar, llega la hora de plantearse cómo hay que contarla. ¿Es lo mismo empezar por el final? ¿Realizamos una historia con moraleja? Muchas preguntas pueden pasar del teatro al periodismo como una bola en un partido de tenis.

Lo fundamental para escribir buenas historias es redactar los textos que nos gustaría leer. No obstante, esos relatos pueden suponer quebraderos de cabeza, bloqueos ante el teclado o páginas en blanco como una obra que se encuentra paralizada en los ensayos tras innumerables problemas.

—Siempre hay trucos, desatascadores y fintas—opina Javier López, periodista cultural de Sur—. Es una buena idea empezar con frases cortas.

¿Existen estrategias que funcionen bien a lo largo del texto? Por supuesto: ir de lo particular a lo general, realizar un esquema circular, plantear un comienzo cerrado y un final abierto. Técnicas más propias de la literatura o del teatro que sirven al periodismo para narrar historias.

Aun así, uno debe tener cuidado a la hora de contar un relato: se puede perder el ritmo, ser demasiado excéntrico con las palabras u olvidar cuál es el propósito de lo que estás escribiendo:

—Me he encontrado con gente que quiere escribir tan bien—relata López con decepción en su voz— que luego se olvidan de decirte en la crónica el horario, las fechas elementales y la información general…

A los periodistas no se les tiran tomates cuando hacen mal su trabajo. A los periodistas se les deja de leer, de hacer caso. ¿Cómo evitarlo? Huyendo de la cursilería, de solo proporcionar opinión y no datos, de perder el Norte de tu trabajo.

Aquellos que ejercen este oficio escriben historias que le ocurren a diferentes personas. Historias buenas y malas. Por ello, no es recomendable ser amigo de los entrevistados. Las relaciones demasiado cercanas pueden hacer perder la objetividad, la distancia, la neutralidad. Solo con una separación considerable se puede mantener el rigor profesional.

Tan importante es el final de la representación como el principio. Un periodista no oye los aplausos o los abucheos de su audiencia cuando su pieza es publicada. La importancia de terminar una historia es tan importante como la presentación.

—El remate es como la morcilla: hay que atar por arriba y por abajo—resume Apaozala.

Esta serie de consejos puede hacer que una pieza sea digna de leerse. ¿Por qué entonces se publican otras que no lo merecen? ¿Cuándo la pasión por este oficio se ve perturbada? ¿Cuándo pierde la ilusión un periodista por seguir innovando cada vez que sale al escenario?

El dinero, las presiones externas, los cambios en las rutinas de trabajo, la enorme demanda que exige el oficio, las nuevas tecnologías… Hay una gran cantidad de razones que pueden desalentar hasta aquel con la voluntad más férrea. Sin embargo, no se debe caer en lo fácil, no se debe olvidar que esta profesión no busca entretener, sino informar.

—A veces me pregunto: ¿a quién hemos sacado que no quiera salir? —reflexiona López—, ¿a nadie? Pues, la hemos cagado ese día.

El protagonista de las historias no deben ser solo el político de turno, el director de allí o el empresario de allá. Son también los votantes, las personas que asisten al teatro, los que todos los días se dirigen al trabajo. Apaozala recuerda que todo hecho es un acto meramente humano. Los relatos que se narran son todos los matices que transcurren entre la valentía y la cobardía, el honor y la vergüenza, el triunfo y el fracaso…

Muchos protagonistas de esas historias interpretan, al igual que en el teatro, el papel de su vida. Kapuscinski era claro en el trato de los periodistas y las personas: “Si ven que no te interesas por su relato, si solo llegas para hacer un par de fotos y contar cuatro cosas, no te dirán nada. Se cerrarán a ti”.

El trabajo de un reportero conlleva vivir esas experiencias, empaparte del entorno que te rodea. Escuchar, oler, sentir, observar. Acciones esenciales para comprender el miedo de una ciudad tras un atentado, la ilusión de unos niños en un museo o el ímpetu de una afición por su equipo.

Todos esos relatos deben ser contados siempre con la misma motivación. Un periodista no debe perder ese nerviosismo por aparecer de nuevo en el escenario. Cada texto, cada obra, cada historia, cada representación es única. Pueden estar empapados de los mismos elementos, del mismo castin, del mismo decorado; pero nunca será igual: no tendremos a la misma audiencia, ni el momento será idéntico.

Cada actuación y cada reportaje tiene un tiempo de ensayos, un tiempo de preparación. Tarde o temprano llega la fecha límite y se debe aparecer ante el público. Cuando las luces se apagan, cuando el telón se sube, se debe inspirar y pensar: ¡A escena!

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