Cuando
el sol ya trabaja a tiempo parcial, cuando el día de la Inmaculada es saboreado
como el prólogo de los encuentros que están por venir, una gran marcha
procesional se agolpa en la ciudad. Mientras familias sonrientes y parejas
inocentes disfrutan de los puestecillos, de los espectáculos lumínicos y de un
agradable puente, docenas de coches avanzan con paso cofrade desde la avenida
de Andalucía hasta el Parque San Antonio, portando faros en vez de velas.
No
es que la Semana Santa de Málaga se haya juntado con la Navidad— aunque a
algunos nos resultaría curioso ver pasear al Cautivo bajo la catedral de luces
de calle Larios—, no es que sea una nueva forma de atraer turistas: es la
consecuencia de las interminables obras y los eternos desvíos que inundan la
ciudad.
Una
situación que, tras años, solo ahoga más y más el tráfico malagueño. El
resultado de aventurarme al centro de la ciudad fue dos horas y media de
trayecto para tan solo cinco kilómetros. El mismo tiempo que media entre la
capital andaluza y la de la Costa del Sol.
¿A
qué se debe? A multitud de factores: renovar la ciudad, luchar contra el cambio
climático, mejorar los servicios para los turistas… Aunque hoy día el que cobra
más fuerza es el de ser cosmopolita, europeo, moderno. ¿Es malo? Depende: si
imitamos a las grandes urbes con alquileres abusivos —casi de servidumbre—,
bloqueos continuos de las calles por contaminación, un transporte púbico que no
da abasto y un estrés creciente, prefiero quedarme siendo una localidad
tranquila y soleada afianzada entre el mar y la montaña.
Porque,
si la situación no se detiene, más me valdrá buscar un delorean como el de Regreso al Futuro si quiero ser puntual
o quizá deba hallar soluciones más extravagantes que el invento de Doc. ¿Tal
vez utilizar el autobús? Bueno, si escoges esta opción, deberás rezar para que
llegue. A secas. Que lo haga a tiempo ya sería un milagro navideño.
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